la palabra le queda mal, porque decirle recuerdo o remembranza es derrotarlo de antemano, obligarlo a ser cartel que se nos pone enfrente sin tratar de convencernos; decir que está allá atrás en lo ya sido y, por ende, en ese como vano cementerio de todo lo que no puede ser más. y esto es todo menos eso, no se ha quedado atrás, vuelve todo el tiempo, pero vuelve flotando humildemente como un obsequio que un río arrastra hasta mí. no queda fijo en la memoria ni aquí cuando lo escribo (porque entonces escribir es también matar), y está aquí, no del otro lado del papel o debajo del escritorio, sino que esto, la madera de la mesa, la hoja, son también plaza con fuente con niño con secreto. y tampoco puede ser recuerdo, porque ese niño no soy yo y esa plaza nunca la pisé, y nunca he tenido un secreto; al menos de los que regresan desde tan lejos. ¿cómo puede estar volviendo a mí, si no existe? es como si yo surgiera con ese error: saber, lo que se llama realmente saber, es en un instante. y ese instante es siempre el presente. no puedo estar seguro de que yo haya sido, sólo de que soy y estos recuerdos que pueden ser carteles que me parecen y no convincentes. tampoco de que seré, eso se pierde en una bruma absurda. y este yo futuro que ya soy puede ser el yo instantáneo, presente y único. y ese yo pasado, apenas un paso detrás, puede ser solamente otro cartel. por eso es como si yo surgiera con este error: este yo instantáneo, presente y único, con un cartel que no es suyo, que le tocó por equivocación. pero cada yo que soy, se abisma más y más, porque tiene más y más carteles en donde está mirando ese cartel que no es suyo. un niño en una plaza sola, que además parece de otro siglo, y camina o parece caminar hacia una fuente, y atardece, y todos los otros niños se ríen de algo aparte y caminan en otra dirección. pero ha vuelto tantas veces que ya no parece un cartel; invade mi espacio de espectador y casi puedo tocar el agua de la fuente, tanto vuelve y con tanta fuerza. y la sensación de que algo se cierra para siempre cuando los otros niños caminan en otra dirección, algo se cierra siempre o se abre y si se abre es un rojo capullo de dolor. que se vayan entonces. el que sabe el secreto soy yo, y nunca les voy a decir. si les dijera se reirían de mí otra vez, y no soy yo quien los destierra: el desterrado soy yo, siempre yo, y esta plaza es mi destierro. pero casi benditamente quedé aprisionado en una plaza que guarda un secreto, y ahora el secreto lo guardo yo también. se parece a algo maligno sonreír por privilegios como éste, se parece a algo maligno sonreír malignamente, pero es mi plaza y mi fuente y mi secreto. es una fuente que mana agua el día entero, pero es otra cosa. debajo del agua que se abisma en una cascada, allí la roca donde asoman a veces cuerpos gentiles, rostros y líneas que no pueden estar ahí sin saber a su vez que uno está enfrente y mirando. debajo de esta fuente pasa igual, aunque sea fuente y siempre fuente.
- ¿estás triste? – le pregunté, porque en mis propios hombros pesaba el cielo inmenso de tener doce años.
seguía manando el agua, pero caía insinuando sus hombros, sus manos, sus muslos, a veces la mirada de espera larga, de estar posando para alguien, pero para alguien más.
- no, no estoy triste – respondió con ligereza, con el mismo aire divertido de esa agua fresca que era su único atuendo. de repente rió, pero nunca dejó de verme - no estés triste tú tampoco. lo que pasa es que crees que este mundo es inmenso, y no es cierto. cabe en esta plaza, cabe entre nosotros y en tu mano.
y yo nunca entendía qué quería decir cuando decía que el mundo no era inmenso y caía entre ambos o en mi mano. me quedaba entonces mirando. me acaloraba en el verano, me mojaba bajo las lluvias, le preguntaría su nombre muchas veces más y sólo me respondería el agua
ddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddy nosotros
dddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddguardábamos
ddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddd nuestros secretos
dddddddddddddddddddddddduna flor roja crecida en una larga tarde cegadora
dddddddddddddddddddddddddddddme miraba con dulzura
dddddddddddddddddd cuántos secretos guardaba
dddddddddddddddd el agua nunca paraba de manar
ddddddddddddd¡cuántas cosas manan de ti, mujer!
- ¿qué dices? – y al hablar, de inmediato parecía amenazar con quitarse esa extraña bata de seda azul, casi transparente, que era lo único que la cubría.
- ¡pero no! no te muevas, casi terminamos. posa para mí… un poco más, solamente. algo hay de diabólico en ti, y de madre también. soplaste encima de todo, y todo cobró vida, y a tus llanos todo irá a perecer. y animales y algunas canoas tristes flotando sobre las ramas más altas de una montaña, ¡cuántas cosas manan de ti, mujer!
ddddddddddddddddddddddddddddddddddesta fuente
dddddddddddddddddddddddddddddddddesta
ddddddddddddddddddddcuántas cosas, esta nueva pincelada eres tú o tu nombre, que son poderosamente uno y lo mismo, y si conozco tu nombre te poseo: ese es mi secreto, pero esto aquí nos vela lo que hay más allá, no importa si tú posas y yo te pinto con forma de fuente, lo que importa es todo lo que incesantemente mana, lo que irremediablemente vuelve, en algún pasado remoto de cavernas, gente oscura baila en torno a ti, madre sagrada y terrible, te obsequian con pan y perfumes y huesos y tripas, y eres su tierra roja palpitante, y eres su cielo rojo palpitante, y marcas un ritmo al que se unen sus tambores, sus talones danzantes que la tierra hieren, y tú desde el centro alto árbol luminoso que toda la noche manas, manas, manas aquí también colores mientras te pinto, esta vez sí, para siempre. traspasa mi lienzo, quédate en él y en todas partes eres
dddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddla mujer, las pinceladas lentas, no estoy volviéndome loco, las veo danzar y mostrarse frente a mí. esta pared es un lienzo o una ventana al universo, pero no una pared.
- no, don job. es una pared.
- ¡que no, te digo! mírala bien, ahí viene el nuevo trazo. ahí está, ¿no te dije? esta vez es azul claro, cristalino, y termina con la suave bata de seda que cubre a la niña.
- ¿pero cuál trazo, cuál niña, don job?
- ¡en la pared, carajo! mira las pinceladas, cómo abren de la nada una ventana. mira a la niña, cómo nos mira. y el cielo lo va pintando de noche. tendrá que alejar el sillón de la pared porque nos lo va a llenar de pintura. los cuadros ya los pintó todos, pero no me gustaban tanto. pero ese sillón.
don job se quedó solo en el cuarto, y nada hizo por salvar el sillón. se quedó ahí, inmóvil, mirando el cuadro en la pared, la mujer envuelta en agua. no se movió ni cuando el agua empezó a llenar la habitación. no apartó la mirada de la pared ni cuando los libros y las fotografías empezaron a flotar como llevados por un río; obsequios increíbles que llegan desde lejos. don job se quedó inmóvil, mirando a la mujer en la pared. tan inmóvil, tan pleno de sí, que dejaba de ser don job y empezaba a ser como piedra, como viejo mueble con forma de don job y luego con forma de piedra y luego ya de mesa, como las que hay en algunas modestas salas y son una pequeña amenaza, y por eso, a la primera oportunidad, se las cubre con un mantel y se les pone encima un florero lleno de flores rojas recién cortadas.
se da un paso atrás, y se admira detenidamente el resultado.
es casi perfecto, casi.
- ya encontré un lugar para el florero, mira.
y él la recibió con una palma extendida, sin apartar la mirada de la hoja en que escribía, hasta que terminó aquella última frase que no podía ser la última, y aquella última palabra que no podía ser la última, porque la última habría sido fuente y habría seguido manando, en lugar de ser insólito recuerdo que invariablemente vuelve, y finalmente todo quedó tan del otro lado cuando ambos miraban el florero y decían que había quedado perfecto y calladamente en sus pensamientos, ambos agregaban, de manera ahora sí concluyente, casi.
texto: juan carlos garzón
fotografía: d. w. hidalgo