4/07/2006

versos/armas

sentados en la misma mesa, los siete poetas brindamos antes de leer nuestro destino en un bar de paredes gruesas y cuadros antiguos como telón de fondo. la luz de las velas exagera nuestras facciones, haciéndonos ver más despreocupados de lo que estamos realmente.

un congreso literario nos reencontró en argentina después de mucho tiempo. conozco a todos gracias a la convención en bolivia hace tres años, menos a gerardo y elena. a miguel lo veo diario en el periódico de buenos aires, pero con los demás solamente he llevado correspondencia. siempre es bueno tener contactos con casas editoriales y opiniones sinceras de mis libros en proyecto. todos nos sabemos profesionales, pero no conocemos la personalidad que escribe las cartas que recibimos. eso es lo grandioso de esta velada: poder ver los rostros detrás de las letras.

ricardo saca el celular una y otra vez, esperando la llamada de su madre quien, según me cuentan, es una controladora compulsiva y asfixiante.

margarita y sus personajes débiles y cargados de culpas, dejan de parecerme irreales cuando la miro hundirse en el sillón tratando de pasar inadvertida. miguel y yo bebemos más que el resto, y nos sentamos juntos como los amigos cercanos que creemos ser. siempre admito ante todos, y especialmente ante miguel, que lo admiro y envidio, pero esta noche siento que esa envidia se esfuma cuando todos me hacen preguntas y alaban mis libros mientras él prácticamente desaparece de la conversación.

miguel es mi jefe en el periódico y también tiene más libros publicados que yo, pero a últimas fechas no ha escrito nada. después de su divorcio cocinar y limpiar ocupan el tiempo que dedicaba a la escritura y, aunque odia admitirlo, su mujer no era tan aburrida e insufrible como él creía. miguel piensa esto con gran pesar en los momentos menos esperados, por ejemplo, cuando no hay papel higiénico en el baño y sabe que si ella estuviera con él podría llevárselo. a veces extraña también la comodidad de tener una suegra a quien odiar. todo esto nos cuenta miguel en sus peores momentos de depresión, y es entonces cuando jura que su ex mujer debe estar pasando por lo mismo y lo perdonará pronto.

en cambio a alberta, su exmujer, el divorcio le ha sentado bien. se le ve en reuniones sociales con el cabello pintado de rojo intenso y varios kilos menos, acompañada siempre de algún caballero. le parece que su marido no era tan interesante y encantador como ella creía, sobre todo cuando hace lo que se le da la gana y no hay nadie ahí para criticarla, censurarla u ordenarle que se detenga. casi no puede creer haberle rogado para que no la dejara. alberta es, además, mucho más sensual ahora. se despojó de inhibiciones en su vida social y en la cama.

miguel pues, con el arrepentimiento y la melancolía en las venas y ya entrado en copas, sugirió este juego: cada uno escribiríamos algo que podría pasarle a uno de nosotros en el futuro, pero sin saber a quién iría dirigido. nos pareció buena idea, como una ruleta rusa del destino. los poetas, uno a uno y con el entendimiento entenebrecido por el alcohol, garrapatearon su hoja y fui yo el último que puso la suya sobre la mesa.

elena es la primera que despreocupadamente toma la hoja, sin saber que por casualidad está dirigida a ella. lee en voz alta: “la carne fresca de todos los mercados es tuya, pero por la noche frustración en la máscara oscura de tu piel”. el rostro de elena se ensombreció. ella es morena y muy bella, así que en ese aspecto la predicción encajaba, pero no me pareció que debiera tomarse en serio. escribí eso a la carrera y sin pensarlo, ni siquiera sabía si realmente le tocaría a ella. de pronto tomó su bolso y salió sin decir palabra. margarita parecía bastante incómoda con la escena. como su compañera de cuarto e íntima amiga de los últimos cinco días, nos explicó que elena estaba en tratamiento con un sexólogo pues padecía anorgasmia.

el fatalismo flota ahora en el aire y nadie quiere ser el próximo en leer su futuro. decidimos que seguiría el próximo a la derecha de elena.

gerardo, bastante ebrio, tomó una hoja: “vendrá el día, en que tu nombre será para nadie, y serás nadie”. moriré, dijo gerardo. eso ya lo sabía... además esto lo escribí yo. despreocupado dio un trago directo de la botella.

ricardo se levanta como tratando de terminar lo más pronto posible con esto: “vives a la sombra de una larga melena que te aplastará”. claro que todos notamos la alusión a su madre. lo más increíble era que tomábamos las frases por completo al azar y ahora parecían encajar para cada uno. ricardo miró su celular con preocupación, y dijo no saber a qué se referiría aquella frase.

margarita, mostrando incomodidad por ser ahora el centro de atención y la siguiente víctima del juego, se levanta para leer su papel: “escribes muchos poemas, pero no eres uno.” la tímida y fea margarita no se inmutó. ¡soy verde! ¡soy fea! no me importa desde hace mucho. tenía razón, no lo había notado antes pero su piel tenía un color verdoso bastante desagradable.

miguel, siempre seguro de su buena fortuna y destino, estira la mano y toma la hoja que no está doblada: “la mano de tu mujer, oliendo todavía al sexo de otro hombre, pondrá los primeros granos de tierra sobre tu recinto eterno.” miguel se puso muy serio. el tema de su ex mujer saliendo con varios hombres estando tan reciente su separación no le agradaba en lo más mínimo. ¡qué pedazo de imbécil escribió esto! se creen muy listos, ¿verdad? claro, como ninguno de ustedes ha soportado un largo matrimonio para luego perderlo todo… pero ya verán cuando les pase. a ver, adolfo, ¿qué te depara el destino?

ahora todos los ojos están puestos en mí. miguel me mira como buscando el desquite. sólo queda una hoja en la mesa y la tomo fingiendo decisión. pienso, mientras veo la hoja de papel con la mirada malévola de miguel detrás, que esta frase la escribió él: “ya te fuiste al otro mundo, y tus ojos mortales no lo ven, como no ven los cabellos rojos que tienes pegados por todo el cuerpo”.

sólo recuerdo un fuerte puñetazo. unos segundos después, alcancé a ver las miradas de azoro y terror en los demás, pero en cuanto a la puñalada, juro que no la sentí. ¿mencioné que su mujer perdió todas las inhibiciones en la cama? sí, ya lo mencioné, pero olvidé que también perdía mucho, muchísimo cabello.

texto: edith eguiguren
fotografía: dr. góngora